Un dilema habitual en el mundo de las consolas en los 80 era el de los juegos de las third parties. Por un lado las empresas desarrolladoras del hardware siempre parten con ventaja a la hora de explotarlo, ya que conocen como nadie sus entresijos, tienen el incentivo de ganar más dinero con los juegos que ellas mismas desarrollan y pueden crear contenidos exclusivos para sus sistemas. Por otro lado, otras empresas pueden tener interesantes licencias que lleven usuarios a tu plataforma, aunque pueden luego también llevarlas a la de la competencia y los creadores del hardware ver muchos menos beneficios.
En los inicios de la Master, ya sea por decisión propia o por incapacidad para atraer a terceros, SEGA fue la única desarrolladora de contenidos. Hicieron falta 40 juegos para que, al fin, alguien más se uniese al catálogo de la consola. El primer equipo en tener este honor fue Compile (que en la época casi era una second party para SEGA) y el juego elegido Ghostbusters.
A diferencia de lo que luego harían en Megadrive, en el caso de la Master, Compile se limitó a portar el juego desarrollado por Activision para Commodore 64. Está muy bien que la primera aportación de una third party sea un port de un juego de la third party original, aunque personalmente habría preferido algo original. Incluso habría preferido otro juego pero entiendo que la licencia de los cazafantasmas era jugosa y si te dan el trabajo medio hecho pues eso que te ahorras.
Ghostbusters, de forma un tanto inesperada, es un batiburrillo de géneros en el que se mezcla algo de estrategia con un poco de conducción y disparos. Al principio del juego se nos da un presupuesto de 10.000$ para montar nuestra empresa de cazafantasmas. Con esta inversión inicial hemos de comprar un vehículo y equiparlo para dedicarnos a recorrer Nueva York atrapando a los ectoplasmas que invaden sus calles y edificios. Según vayamos haciendo nuestro trabajo podremos comprar mejores equipamientos y, si conseguimos recuperar la inversión inicial sin que la ciudad haya sido arrasada, podremos intentar acceder al edificio donde se encuentra Zuul y luchar contra Gozer.
Tal vez es que en mi juventud fue uno de esos juegos que me parecían frustrantes porque no entendía exactamente qué debía hacer, pero nunca he sido fan de este juego. Volviéndolo a jugar habiendo entendido la mecánica, mi opinión no ha mejorado demasiado. La mezcla de géneros no me funciona y tiene una de las cosas que más odio en los juegos de la época: un punto en la zona final donde si fallas tienes que volver a empezar y que, de entrada, no sabes cómo superar.
Aunque no está del todo mal, es un juego de su época y ahí debe quedarse.